MOMO

Danny. MOMO IV

MOMO IV
Danny es un niño que, como todos los niños, gusta de jugar, de pasear, de ir al cine, de ver muñequitos y a veces de estudiar. Digo a veces porque los niños a veces gustan de estudiar. Pues bien, Danny terminaba la escuela y pensaba en todo lo que haría en sus vacaciones. También Danny terminaba el catecismo en la Iglesia, donde lo había llevado por primera vez su abuelita. Para Danny Dios era algo muy grande, algo así como un superabuelo de barba blanca y larga, vestido de blanco y bueno, requetebueno, buenísimo con todo el mundo; mundo que había creado por ser precisamente tan bueno como pensaba y aún más, mucho más bueno de lo que podía imaginar.
Danny terminaba la escuela, y lo hacía con buenas notas. Sus padres le compraron un balón de fútbol con que jugó Maradona. Las vacaciones empezaron jugando fútbol. Jugaba fútbol todo el día, toda la tarde y gran parte de la noche. Jugaba sin cesar, sin pensar en otra cosa. Jugaba los lunes, los martes, los miércoles, los jueves; los viernes no jugaba porque estaba muy cansado y dormía mucho, volvía a jugar los sábados y los domingos. Siempre andaba negro de churre, dando patadas y corriendo detrás del balón, gritando ¡Gooool! O córner o falta o la palabra de turno en el lenguaje futbolístico. Era de los mejores del equipo del barrio. Le decían Danny Maradona; y él estaba muy satisfecho de lo que hacía, de lo único que hacía. No existía nada más para él que el balón, una portería improvisada, sus compañeros de equipo, el equipo contrario y nada más, nada más que eso.
Tenía dos meses de vacaciones; llevaba un mes jugando fútbol cuando la abuela le preguntó qué día era mañana.
Domingo, respondió él. Entonces fue cuando recordó que el domingo era el día que se iba a la Iglesia. Se culpó un poco pensando que llevaba todo un mes sin pensar en el superabuelo de Dios, en la Iglesia y el catecismo. Pero de pronto vio, debajo de su cama, el balón de fútbol. Si iba a la Iglesia tenía que dejar de jugar ese día y ese día, precisamente ese día, venía a jugar al barrio el equipo vecino. Abuela, estoy de vacaciones, y en vacaciones sólo se puede jugar y jugar. No hay otra cosa que hacer en vacaciones más que jugar. Cuando empiecen las clases de nuevo vuelvo a la Iglesia si, total ni el cura se entera de que ya no voy. Cuando empiecen las clases, abuelita; ahora voy a jugar fútbol.
La abuela lo miró muy triste. Danny salió corriendo por la puerta de su casa, haciendo rebotar el balón contra el suelo y tomándolo con las manos y volviéndolo a rebotar y tomándolo de nuevo, muchas veces.
Ese sábado llegó bastante cansado a casa. Su equipo perdió el juego 4 a 2 y él no pudo meter ningún gol. Después de bañarse y comer se durmió rápidamente, sin ver siquiera el televisor. Cuando dormía una voz lo despertó. Se asustó algo y se asustó mucho cuando vio un ángel sentado en la cabecera de su cama. ¿Quién es usted y qué hace aquí? preguntó sobresaltado. Soy un ángel y Dios me envía porque dice que te olvidaste de Él. Yo no me he olvidado de nadie, dijo Danny lloroso, yo lo que estoy en vacaciones y en vacaciones sólo se juega y se juega. Es verdad que en vacaciones se juega, pero no debes nunca olvidar las pequeñas cosas que necesitan un poquito de tu cuidado y de tu entrega. Imagínate, Danny, si Dios tomara vacaciones y se dedicara a jugar pelota, porque a Dios le encanta jugar pelota, ¿sabes?, a ver imagínate que Dios descuide sus “pequeñas obligaciones” por jugar pelota. ¿Qué pasaría?
Danny, ¿desde cuándo no botas la basura, desde cuándo no buscas el pan? Y por supuesto, hace un mes según el reporte de tu ángel guardián que no vas a la Iglesia. Imagínate Danny que Dios se despreocupara de lo que creó por jugar pelota porque en vacaciones sólo se puede jugar y jugar. Danny, no tienes que llorar. Dios quiere mucho que juegues fútbol. ¿Me guardas un secreto?: Serás un gran futbolista, irás a grandes competencias y Dios está muy contento con todo eso, pero ya te lo he dicho, no debes descuidar las pequeñas cosas, no debes descuidar las pequeñas cosas…
Danny despertó con la extraña sensación que tienen solamente los que sueñan con ángeles. Miró la hora. Se vistió rápido. Tomó su yogurt de soya. Lavó sus dientes. Tenía que llegar temprano a misa…
La abuela sonreía complacida. En el cielo, no muy lejos de la tierra, un ángel y Dios se daban la mano.