MOMO

El ángel de la guarda. MOMO III

MOMO III
Renacer, Año 3/ Nro 12/Octubre-Diciembre, 1997, p.17
Los ángeles de la guarda son aquellos ángeles encargados de velar por la vida de las personas. Actualmente no puedo decir, por la superpoblación mundial, si toca a un ángel para cada persona o si cada querubín (manera más poéticamente culta de llamarlos) se ocupa de dos o tres humanos, lo cual explicaría algunas de las cosas que pasan en la tierra hoy; nada, conjeturas literarias.
Esta es la historia de un ángel de la guarda que se aburrió de su trabajo, encontrándolo carente de sentido para una figura tan espiritual como él. Abandonó a su protegido y se dedicó por completo a la filosofía. Eran muy comunes en el cielo sus charlas metafísicas, sus temas sobre el ser y el no ser, sus coloquios existencialistas siguiendo los libros de Sartre y algunas veces ganó críticas hablando públicamente de Niestchze y la influencia de su doctrina en el mundo moderno. Comenzó a usar espejuelos para darse un aire de intelectual (lo místico ya lo tenía por ser ángel precisamente) lo cual le hacía un público casi fanático de su angelical figura y de sus polémicos escritos (porque también escribía algunos cuentos y poemas: ¡muy malos! artísticamente, pero como en el cielo nadie escribe…). Inclusive tuvo una etapa de pintor influido por el club de los pintores renacentistas, al cual perteneció pero luego abandonó para dedicarse de lleno al expresivismo hasta que inventó su propia corriente: el neocubismo angélico para justificar su mala musa en este arte. También puso a trabajar sus neuronas en la música hasta que viejos conocidos le hicieron cambiar perspectivas hacia otros horizontes artísticos.
Mientras tanto, en la tierra (un lugar no muy lejos del cielo) vivía un niño sin ángel de la guarda. El niño no tenía ni la más mínima idea de lo que pasaba y por qué le pasaba. (Los niños generalmente se cuestionan algunas cosas verdaderamente sorprendentes). Sus padres tampoco. Ya no les quedaba ninguna ayuda que pedir. (Aunque también generalmente los padres no escuchan los cuestionamientos de sus hijos). El niño tenía una abuela que había tenido (nos ubicamos en los tiempos de nuestras abuelas, tiempos de abundancia) tres ángeles de la guarda para ella sola y había hecho tanta amistad con ellos que ella les hablaba y decía que ellos le hablaban también (hasta un día uno se le apareció para que le enseñara a bailar danzón). Esta abuela intuía algo raro en la vida de su nieto. Por eso le enseñó a mirar y a cuidar las cosas lindas (y las no tan lindas) de la vida. Le enseñaba cuentos, le contaba algo sobre la vida de los animales y los hombres célebres, lo enseñaba a jugar a las cartas… en fin, se convirtió en su ángel de la guarda. Un día (uno de esos tantos días) la abuela murió (o cambió de lugar su vida) y por su estancia, breve, (cuestiones burocráticas de las que no se libra ni el cielo) en el purgatorio, el niño volvió a quedarse sin ángel.
Volviendo al cielo (no tan lejos de la tierra) nuestro filosófico ángel pasaba por una llamada “crisis angelical” en la cual encontraba carente de sentido toda su vida. Le parecían absurdas todas sus inclinaciones artísticas, ya prácticamente no se sentía ángel.
Una noche (una de esas tantas noches) sentado al borde del cielo (desde donde se ven las luces de la tierra) escuchó una oración que le llegó hasta las mismísimas alas: Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día… y entonces lo entendió todo. Él era un ángel y había abandonado su razón de existir: guardar a los hombres, guardar a un niño que esa noche recitaba la oración aprendida de una abuela siempre presente en su corazón. Inmediatamente pidió perdón por todo el tiempo robado a su oficio para dedicarlo a sus inclinaciones egoístamente llamadas personales.
Y como nunca es tarde si un ángel es bueno y se adapta pronto a su nuevo cliente, el niño tuvo su guardián y el querubín un protegido (los padres nunca se explicaron de dónde venía la nueva vena artística que encontraban en su hijo) y esta historia tenía un final feliz.
Un ángel escribió en sus memorias: “para mí parecía increíble tanta poesía, tanta pintura, tanta metafísica y tantas cosas en mi nueva vida. Aquel niño (que siempre fue niño) y su vida fue todo lo que necesité encontrar para sentirme verdaderamente ángel, verdaderamente guardián. Tuvimos nuestros problemitas dada la diferencia de procedencia de ambos pero, ¿para qué hablar de ellos? El niño fue poeta, pintor, músico, filósofo… y yo un ángel feliz… sin espejuelos”.

Juan F. Pulido

P.D. Si usted tiene alma de ángel y carisma de poeta, dedíquese a cuidar a algún desposeído de ángeles cansados del oficio y dibujen juntos algún abrazo, algún beso, algún libro sin letras, alguna música muda, alguna casa de estrellas, algún anillo de madera… y quién sabe si allá arriba (no tan lejos de los ojos) algún ángel llore… y para alguien la vida mejore… y siga la cadena… hasta el cielo mismo.