¡Este país es una mierda!, gritó Juan y todos nos volvimos hacia el último pupitre de la fila izquierda. Bien, alumno Alfonso, haga lo que tenga que hacer, dijo la profesora. Nadie lo miraba. Juan se levantó recogiendo todos sus libros y tirándolos con furia en la mochila. Caminó hacia la puerta. Cuando pasaba debajo del mural arrancó sus poemas. Los hizo añicos, dejando que la gravedad se ocupara luego de ellos. Eran buenos poemas. Siempre admiró esa poesía hecha con rebeldía de alguien esencialmente conflictivo e infeliz. Juan Alfonso es un tipo infeliz. Y yo tenía mucho que ver con esa infelicidad. Pero, ¿qué podía hacer? ¿Qué carajo podía hacer si yo también era tremendamente infeliz? Infeliz y sumiso. Conforme a una realidad que no soportaba apenas.
Juan salió dando un portazo. El silencio fue de cuatro o cinco minutos. El que desee seguirlo, dijo la profesora, no tire la puerta tan fuerte. Nadie se movió ni dijo nada. La clase entonces continuó. No me interesaba la Sociología del Arte. Era una asignatura definitivamente aburrida. Hojeé la libreta y encontré una frase escrita con mala letra: “Oye, es triste ser gato y ser tuerto, y más triste es la incertidumbre en que vivo. Pero lo terrible es tu ausencia… Coño, ¡decídete de una puta vez!”
Sonreí. La primera vez que la vi también sonreí. La primera vez que vemos algo que nos compromete en parte, dicho de otro modo abstracto, creo, asumimos posturas verdaderamente estúpidas, creo.
Somos buenos porque no hemos tenido la oportunidad de ser malos.