Mario In The Heaven’s Gate y otros cuentos suicidas

PRÓLOGO

Un ioven sabe que los ángeles existen e inventa un idioma para hablar con ellos, pero hablar con los ángeles está prohibido y entonces el joven se torna peligroso (uno no se puede construir una escalera al cielo impunemente). Y es que este joven pertenece a una generación inquieta por definición, una generación que desea que las cosas se muevan, aunque el hombrecillo de la lámpara le pidió a su genio que les colocara a estos jóvenes zapatos de concreto en los pies y sombreros de plomo en la cabeza para obligarlos a andar despacio y no puedan mirar los ángeles revoloteando sobre sus cabezas. La generación de este joven es hiperkinética por naturaleza y él, entre ellos, es el capitán de la hiperquinesia, y entonces con un total irrespeto por el sentido de la medida y a pesar de que los consejeros espirituales llevan siglos advirtiéndole que si levantaba la cabeza vería lo monstruoso de los ángeles y además pasaría unos añitos en prisión. El joven haciendo un esfuerzo más que sobrehumano logró remover su sombrero de plomo, erguirse y mirar al horizonte. Comprendió que lo habían engañado. Los ángeles eran bellos y bastaba mirarlos para sonreir. Pero los ángeles tampoco conocian a los hombres. Para los ángeles los hombres eran lentos por perezosos y no porque tuvieran zapatos de plomo, y andaban cabizbajos por pura elección. El joven decidió contarle a los ángeles como somos los hombres y entonces, repito, se inventa un idioma y estos cuentos son las huellas del idioma que escogió.

¿Pero es posible que los ángeles nos conozcan si nosotros no nos conocemos a nosotros mismos? El hombre no se parece a su imagen, entonces está condenado a la más terrible de las soledades, la soledad de quien está acompañado. La verdad del hombre es muy sencilla: la vida es una trampa. Nacemos sin haberlo pedido, encerrados en un cuerpo que no hemos elegido y destinados a morir. Esta es la verdad del hombre contemporáneo, dejado de la mano de Dios, perdido en el laberinto sin límite del poder, se ve obligado por unas circunstancias que no puede enmendar, a vivir una vida difícilmente vivible.
Este hombre descentrado que no sabe o no puede ver la luz al final del túnel es el personaje de estos cuentos. Condenado por el simple delito de ser, se encamina a la aurora que tantos demagogos le han prometido, un amanecer sin luz. Pero como bien sabía Akira Kurosawa, en un mundo loco sólo los orates tienen una respuesta lógica y en el mundo que el joven nos descubre la alienación es un componente básico. En este mundo sus personajes se enamoran. ¿Pero el amor los redime? Al contrario de lo que pensaba Dostoyeski, el amor y la belleza no salvan al hombre contemporáneo, el hombre está solo y el joven y sus personajes lo saben.

Nuestra única oportunidad es que un día también nos atrevamos a levantar la cabeza y mirar a los ángeles.

Marcial Gala