Cuento

EL AIRE EN LAS OREJAS

I
A veces recostarse al muro de los ladrillos en el castillo de una colina italiana es lo único que se debe hacer para sentir el aire en las orejas. Dejar todo el peso del cuerpo en el estómago, suspender los pies y poner los codos sobre el muro, sólo para que parezca que los brazos están ayudando al estómago a soportar el cuerpo. Y entonces miran a ninguna parte. Los árboles están allí, debajo; los árboles, los pájaros, las cabras, los perros, los
seres humanos… el mundo está allí, debajo. Pero para sentir el aire en las orejas se necesita mirar a ninguna parte. Fuimos hechos para sentir el susurro de la brisa, para
que toda la trascendencia se nos revele en cada soplo. Eso lo descubrimos a los 21 años. El quinto día luego de cumplidos los 21, se nos revela el secreto. Es un procedimiento sencillo, quiero decir, y desde luego ustedes deben saber que la trascendencia no necesita de grandes gestos para culminar su revelación. Pero los 21 años es una edad
complicada. En ese tiempo se debe haber pedido asilo político en más de cinco países, se deben haber consumido cantidades industriales de Coca Cola, y más que nada,
se debe tener una apatía total hacia las nuevas versiones de gobiernos democráticos o ecologistas. Con todos estos dilemas existenciales se hace muy pero muy complicado
captar la revelación y eso tiene la revelación: se entrega sólo una vez y si no se le acepta, se es condenado a su búsqueda casi infinita. Las ventajas de la búsqueda son
que se puede ganar una estrella en una calle de reconocido nombre o se pueden ganar varios premios o sencillamente se puede ser millonario.
Pero ella sabía que la vida consistía en sentir el aire en las orejas. Y por ende se dispuso a dejarlo hablar, a que acariciara sus tímpanos y luego de pasada media hora, cerró los ojos. ¿Dónde estaba el secreto? Ya había descubierto la revelación. Ya sabía que nada quedaba detrás del muro de las preguntas. Nada más que la gran pregunta. Pero no había que destruir el muro para adivinar la mortecina respuesta. El secreto estaba donde él estuviera. ¿Quién era él?
¿Quién era él?
Podía ser el chico de la esquina o el profesor de astrofísica, el señor Donron, que siempre usaba aquellos espejuelos traídos de la invasión de Normandía. Aunque entre el chico de la esquina y el profesor de bigotes cenizos, desde luego, que prefería al primero. Pero ese es el puto problema del más allá. ¿Cómo saber quién era? Ella se imaginaba un gran libro y su nombre en él. “María va a conocer a este chico, a quien la revelación le fue concedida
el día 19 de noviembre. Entre ambos curarán el SIDA y algunas variantes de los más horribles cánceres. O quizás sólo se sentarán a mirar el mar en la diminuta casa
que comprarán en Irlanda. Harán cualquier cosa pero serán felices y su felicidad se transmitirá de generación en generación”. Mira que piensas mierda, María, se dijo la
muchacha. Y no es sólo lo que piensas sino el tiempo que inviertes, pensó y buscó un cigarro en la cartera. Demasiado Shakespeare en tus neuronas y ganas. Ganas de
que alguien llegue de pronto y te salve a ti misma, aunque como dice la joven que piensa que el escritor de la guitarra la describe vieja y cansada, nadie te salva sino tú misma.
¡Ay, María! ¿Qué hacer en este castillo italiano?
A veces recostarse al muro de ladrillos en el castillo de una colina italiana es la mejor manera de sentir el aire en las orejas. Y la vida consiste en eso, sólo y nada más que en eso. Lo demás es encontrar a alguien o no encontrar a nadie. Lo demás es superfluo, innecesario. Contingente.
María, sin embargo, ha cambiado su propósito en el mundo. Ha desechado la importancia de la revelación por buscar a ese tipo que un día no podrá caminar más, por
buscar a ese tipo que morirá y su cadáver será devorado por gusanos y otras alimañas. Por buscar a ese tipo imperfecto, fumador, propenso a enfermedades y a la furia
de los dioses. Por buscar, sencillamente por buscar. Ha cambiado su reino por un plato de mortalidad y arroz y espaguetis.
Ahora fuma un cigarro. Estados Unidos está lejos y su avión partirá a las cinco y treinta y cinco de la tarde. Es bastante complicada esta acción de estar vivos. Esta acción de ser diferentes en lenguajes, actitudes y maneras de hacer el sexo. Y sin embargo, ella descubrió cómo ser diosa y lo ha cambiado todo. Che, estás jodida en la cabeza, le dice su mejor amiga, quien está lista para partir y tuvo una tormentosa relación con el profesor de astrofisica, lo cual le valió su primera A en tres años de universidad. Y María exhala el humo en un gesto digno de cualquier película de la nueva ola. Se incorpora del muro
y lanza el cigarro hacia el vacío. ¿Cuál es el nombre del chico de la esquina pregunta y la amiga se hace la que no sabe. Otra tormentosa relación pero ésta fue mucho antes de la universidad. Oye, G., dice María, tú eres una persona enferma. La amiga sonríe y le dice que es tarde, que van a perder el avión.
María entonces bosteza.
II
––¡Déjeme dejar esto bien claro! –grita Jacob y sus palabras rebotan en las paredes de la clase.
––¿Qué tiene que dejar claro, alumno? ¿Acaso Descartes no es lo suficientemente claro para usted? –La señora Lubitz era fiel cartesiana desde que sus padres emigraron por razones que nunca le fueron dichas.
––Ese tipo está completamente loco. Nosotros fuimos creados para ser felices, no para la duda. Si alguien cree que su vida es perfecta porque está rodeado de enanos verdes o porque durmió con Marilyn Monroe, ese es su problema si es feliz. La realidad tiene nuestros propios límites…
––Sí pero las matemáticas…
––Las matemáticas apestan, Dr. Lubitz. Por ser lo único cierto e incambiable atentan contra la libertad del ser humano –el tono de voz era pura pasión y sus gestos asustaban al resto de la clase.
––Esto está fuera de control, alumno…
––¡Fuera de control estaba ese señor cuando escribió esa mierda! Yo soy sólo un opositor pacífico…
––¡Usted lo que es un desconsiderado y me sale de la clase ahora mismo! –La doctora Lubitz había perdido toda germánica compostura.
––¡Abajo Descartes! –gritó Jacob mientras salía de la clase.
––¡Marxista! –gritó la profesora superando el tono de voz de Jacob.
Jacob dejó ver su cabeza en la puerta y dijo: “Marxista su madre, gorda albina”. Y echó a correr por el pasillo perseguido de promesas de suspender la asignatura.
Jacob perdió la oportunidad de la revelación por leer algunos versos de Charles. Estaba leyendo el libro “Guerra todo el tiempo” cuando se le reveló la verdad de la existencia. Entonces pensó que estaba fumando demasiada marihuana y cerró el libro y tomó una siesta. Cuando despertó ya todo había pasado y siguió leyendo. Lo único que recuerda es que fue en la clase de Inglés III.
Su única preocupación por el momento consistía en el pleito legal de Napster. Por supuesto, había serias intenciones de encontrar a alguien perfecto pero eran intenciones y nada más. No había nadie perfecto y si había alguien semi-perfecto, debería estar en estos momentos volando a los Estados Unidos desde Italia. De cualquier manera, no tenía nada que hacer aquella tarde y se dirigió al aeropuerto.
Si encuentro a la chica semi-perfecta, se dijo, la invitaré a comer sushi y luego de escuchar a los Bee Gees, haremos el amor hasta mi turno de álgebra, a las 7:15. Por
supuesto, llegaré tarde a la clase luego del monumental desayuno que tomaremos. Oye, si no tienes ni un cabrón centavo para comparar la buena hierba, ¿de dónde carajo
vas a sacar el desayuno? Algo aparecerá y la semi-perfección será tan semi-perfecta que no necesitaré de desayuno. Me gusta prepararlo todo y luego dejarme llevar por las manos de la bendita providencia. Pero, ¿qué carajo estás haciendo, Jacob? Son sólo intenciones y nada más… Sí pero necesito probar que existe alguien para mí y que todo lo demás es sudor de agosto. Por el camino se percató de lo lejos que estaba el aeropuerto y pensó que nada se podía hacer al respecto.
Cuando entró, empezó a indagar por el vuelo de Italia. Después fue al baño.
III
Puede que de pronto la vida pase y el único lugar a donde ir sea el paraíso. Puede que también nos comamos las uñas buscando comernos a nosotros mismos en un afán desesperado por desaparecer y reencontrarnos en otro lugar y otras circunstancias. Pero todo está escrito, con hora y precisión trascendente. Todo está escrito.
Queda entonces sumergirnos en el Mississipi sin importarnos el pueblo, donde empieza o acaba. Sentir sus aguas y bramar conformes mientras se disfruta un buche
endemoniado. Quizás estar completamente desnudos, desechando incluso la vestimenta de la piel y las hormonas. Desechándonos nosotros mismos y apelando a la bondad de las corrientes para decidir la sordidez del siguiente día.
O tal vez correr al aeropuerto más cercano y gritar: ¡Eh! ¿Dónde estás? ¿Dónde carajo estuviste cuando perdí mis primeros dientes o cuando pensé a mis padres dictadores del tercer mundo o cuando fui a la playa y me caí y mi rodilla derecha dejó salir su líquido? ¿Dónde estabas cuando no pude más con aquella tarea de trigonometría? ¿Dónde, pero dónde estabas cuando escribía aquel poema o aquella canción o tuve confusiones sexuales o resolvía mis penas con los mismos humeantes cilíndros de siempre? ¿Dónde?
¿Dónde?…
Pero se corre el riesgo del terrible silencio por respuesta o peor… las eternas murmuraciones de tipos y tipas a los cuales no se les debe más que contaminados pulmones. Y mientras la edad corroe el tiempo, se teme por los silencios y las burlas y mientras más el tiempo se oxida,más se teme y más se teme y más se teme.
Entonces correr al aeropuerto no tiene ningún sentido.
Entonces sólo queda el aire en las orejas.

IV
Jacob salió del baño con prisa. Un avión acababa de llegar de Italia y sus pasajeros buscaban en las puertas la manera más rápida de salir de aquel aeropuerto. Jacob ve
dos muchachas caminando sin ninguna prisa. No hablaban. Caminaban como si nada dependiera de ellas, como si la vida fuera cada paso, solamente cada único paso.
Eran muy parecidas. Estatura media, pelo negro y largo, espejuelos oscuros y ambas con cigarrillos en los labios. Caminando. Caminando.
El muchacho fue hacia ellas y mientras se iba acercando, pensaba en la mejor manera de entablar un diálogo que le durara hasta la clase de álgebra. Algo así como: Estaba mirando alrededor y ustedes, aparentemente, no desean llegar a ninguna parte. Yo tampoco. ¿Puedo caminar con ustedes?
María miraba a este muchacho que caminaba hacia ella. Rubio, pelo largo, alto y con esa mirada del que conoce muchas cosas y nunca habla de ellas porque considera
que lo importante no son las experiencias vividas sino las por vivir. Y allí estaba, y prometía mucho más que el profesor de astrofísica o el muchacho de la esquina. Quizás
era él todo lo que ella buscaba. Jódete, aire en las orejas y jódete, revelación infinita. Aquí me quedo.
Jacob se aproximaba más y más. Ahora una de las muchachas lo miraba como sólo puede mirar alguien semi-perfecto en espejuelos oscuros. Sí, eres tú. Completada está mi vida, se dijo el muchacho y apuró el paso.
La muchacha, sin embargo, comenzó a dudar que hubiera algo más además de la revelación. Eso era todo. Nada más allá ni más acá. El aire en las orejas y el aire
en las orejas. Quizás tentaciones de castillo italiano y cigarros de mala muerte. Pero no aquel muchacho. María no pierdas tu tiempo, se dijo la muchacha. No pierdas tu
tiempo en estas menudeces que empañan el alma. No desees más de lo que puedas desear. No enfurezcas a los dioses que tan gentiles han sido contigo. La vida es lo
que has decidido, no lo que vas a decidir. Camina, María, camina. Apura el paso y sálvate tú misma. No pongas algo tan importante en los ojos de un rubio peludo que debe tener problemas como casi todo el mundo menos tú. Apura el paso. Besa a G. Para que si él, definitivamente te anda si la vida fuera cada paso, solamente cada único paso.
Eran muy parecidas. Estatura media, pelo negro y largo, espejuelos oscuros y ambas con cigarrillos en los labios.
Caminando. Caminando.
El muchacho fue hacia ellas y mientras se iba acercando, pensaba en la mejor manera de entablar un diálogo que le durara hasta la clase de álgebra. Algo así como:
Estaba mirando alrededor y ustedes, aparentemente, no desean llegar a ninguna parte. Yo tampoco. ¿Puedo caminar con ustedes?
María miraba a este muchacho que caminaba hacia ella. Rubio, pelo largo, alto y con esa mirada del que conoce muchas cosas y nunca habla de ellas porque considera
que lo importante no son las experiencias vividas sino las por vivir. Y allí estaba, y prometía mucho más que el profesor de astrofísica o el muchacho de la esquina. Quizás
era él todo lo que ella buscaba. Jódete, aire en las orejas y jódete, revelación infinita. Aquí me quedo. Jacob se aproximaba más y más. Ahora una de las muchachas lo miraba como sólo puede mirar alguien semi-perfecto en espejuelos oscuros. Sí, eres tú. Completada está mi vida, se dijo el muchacho y apuró el paso.
La muchacha, sin embargo, comenzó a dudar que hubiera algo más además de la revelación. Eso era todo. Nada más allá ni más acá. El aire en las orejas y el aire
en las orejas. Quizás tentaciones de castillo italiano y cigarros de mala muerte. Pero no aquel muchacho. María no pierdas tu tiempo, se dijo la muchacha. No pierdas tu
tiempo en estas menudeces que empañan el alma. No desees más de lo que puedas desear. No enfurezcas a los dioses que tan gentiles han sido contigo. La vida es lo
que has decidido, no lo que vas a decidir. Camina, María, camina. Apura el paso y sálvate tú misma. No pongas algo tan importante en los ojos de un rubio peludo que debe tener problemas como casi todo el mundo menos tú. Apura el paso. Besa a G. Para que si él, definitivamente te anda buscando como la serpiente buscó a Eva en el Edén, se
contenga y se pierda… en este momento. él está perdido para siempre.
Jacob se aproximaba más y más. Ya podía oler el delicioso perfume de su semi-perfecta compañera. El perfume, delicioso aroma. Ahora trataba de adivinar la marca…
¡Un momento!… Mi semi-perfecto ser no puede usar perfume. Eso la haría perfecta y esta muchacha era perfecta.
Vamos, Jacob, que esto siempre ha sido pura intención y no hecho concreto. Olvídate y regresa a casa y trata de resolver tu situación en la clase de filosofía. Dile a la gorda
esa que fue un error, un grave error y que si puede perdonarte y que nunca has tenido una profesora como ella.
No olvides fruncir el ceño y poner cara de ángel. Y si no resulta mándale flores y si las flores no resultan, búscate un buen tutor. Resuelve tu problema.
María entonces cambió la vista y apuró el paso. Estás jodida de la cabeza, che, dijo G. Y luego botó el cigarro. Jacob volvió sobre sus pasos y una vez fuera del aeropuerto, escupió y luego de dos o tres maniobras tratando de sacar algo de su bolsillo, sintió humo en la garganta. Mi cumpleaños es el catorce de noviembre, se dijo
mientras miraba un viejo avión que servía de monumento,
todo oxidado.