A Maggie, Luisa, George y Lucas…
Vamos… ustedes saben por qué…
Algunas veces, incluso, dejábamos abiertas las ventanas sólo en caso de peligro. A veces también, George se quedaba dormido y podíamos decirnos más de cuatro
cosas. Eran tiempos difíciles y el solo hecho de encontrarnos despiertos en toda aquella quietud, nos daba el aire de diferentes que si, era tremenda mierda o en última
instancia falso, pero de estar drogados a estar drogados y pensar que no lo estamos, prefiero la segunda.
Y así fue como pude conversar más con Maggie y Luisa.
Las noches pasaban y puede que incluso pasaran más de lo que podía percibirlo por mi pésimo estado de salud. Fumar no me convenía pero, y lo digo sin que nada me quede por dentro, me gusta fumar y es todo lo que puedo decir al respecto. Las noches pasaban y nosotros seguíamos perfeccionando nuestro mutuo idioma. Ya incluso no percibíamos que George era alemán o que Lucas era checo o que yo era un vampiro australiano. George era el líder y fuimos seleccionados al azar, a través de Internet. Quizás estuviéramos cansados de la vida o quizás, era el típico caso de Maggie y Luisa, éramos seres brillantes que buscaban formar un mundo nuevo con ideas nuevas y tolerancia a montones. Recuerdo la carta, el papel azul que nos invitaba a abandonarlo todo y a partir hacia este extraño pueblucho en el medio de Ohio. Yo había abandonado desde hacía un tiempo bastante prudencial la cacería nocturna y la chupadera de sangre, o mejor
dicho, en lugar de chupar sangre y matar individuos me había dedicado a fumar y a beber jugo de tomate que en cierto sentido engañaba mis neuronas y me alimentaba al
mismo tiempo. Lo de las ideas políticas lo recibí desde la escuela nocturna en Sydney. Nunca estuve de acuerdo con nada y eso me daba que pensar. Maggie, por ejemplo,
había adquirido sus ideas literarias en su atípico romance con Borges; y Luisa, bueno Luisa sólo era millonaria y no quería todo ese dinero. Así empezó a ser hippie.
George y Lucas eran gays. Su relación empezó en este bar en Londres luego de la séptima cerveza. George dijo algo así como “¿Quieres bailar?” y Lucas contestó que él no sabía bailar muy bien pero que sí sabía cómo hacer otras cosas más interesantes. Ambos rieron y luego se besaron. Afuera nevaba y aún cuando salieron, seguían besándose. Ellos cuentan esta historia con tanta emoción que uno sabe que harán el amor tan pronto tengan un momento para ellos.
Era extraño cómo concebíamos el amor en aquella casa luego de las discusiones políticas y de las redacciones de manifiestos y discursos. Cuando George dormía, porque si estaba despierto sólo hablábamos de cómo íbamos a cambiar el mundo, yo podía conversar con Maggie y Luisa y lo que intuía de toda la conversación es que las amaba profundamente. Y lo intuía porque deseaba más que nada en este mundo convertirlas en vampiros. Primero besarles el cuello y luego mordérselos, clavarles mis colmillos y chupar casi toda su esencia vital y luego dejar que ellas absorbieran un poco de mi karma revestido
de mi sangre, mi negro líquido, y luego conversar de la eternidad que juntos viviríamos. Pero no podía hacerlo a menos que ellas me lo pidieran… y vamos, seamos realistas, ¿quién va a amar a un vampiro y no sólo un vampiro sino un vampiro australiano? Es ridículo sólo pensar en el hecho de que esto alguna vez sea realizable.
Pero también, en cierta medida, es parte de los sueños que todos tenemos. Algunos se cumplen y otros no. Algunos pasan a ser parte de la realidad común y luego,
por su cotidianidad y sordidez nos preguntamos si alguna vez fueron sueños. Otros, sin embargo, son sueños por los siglos de los siglos y, lo digo sin ningún tipo de rencor,
joden demasiado cuando tienes que vivir eternamente. Está bien, digo. Está bien que duren, que pertenezcan. Quizás sean parte de nuestra emblemática imperfección
o quizás pertenecen a esa parte de nosotros que aún cree que Dios existe. Sí, soy ateo. No he conocido muchos vampiros creyentes y sólo una vez conocí a uno católico
que, sin faltar a la caridad, está loco de atar… ¡de atar! El tipo hacía cosas como levantarse a las 10 de la mañana, matar cinco o seis transeúntes y luego armar exposiciones con los cadáveres. Eso sí, se hizo millonario y cada vez que no teníamos más temas de conversación, Maggie y Luisa me pedían que les hiciera la historia de este señor y se cagaban de la risa. Y luego la repetían una y otra vez y hasta creo que un día Lucas sonrió con la historia.
Fue como al sexto mes cuando aprendimos a vivir en comunidad. Al principio nos mostrábamos recelosos los unos de los otros porque pensábamos que todo era una
gran broma para jugar con nuestros cerebros. Quizás no debiera decirlo pero esto es una confesión y por ende todo debe aparecer, que un día sorprendí a Maggie llorando
porque extrañaba su antigua vida. Entonces me asaltó el sentimiento de que verdaderamente estábamos allí porque queríamos cambiar el mundo y no porque no tuviésemos más nada que hacer. O se salva el mundo o fumamos marihuana, le dije y entonces empezó a reír. Desde ese momento, fuimos los mejores amigos del mundo y otra vez no debiera decirlo pero creo que todavía lo somos, a pesar de que no nos escribimos con frecuencia.
La idea de cambiar el mundo se hizo más y más importante y culminó con la misión de nuestras vidas el día de las elecciones. Ese día nos vestimos todos de blanco, con aquellos batilongos largos, y votamos. El voto fue secreto. De presidente, por supuesto, elegimos a George y fue muy justo porque la idea era suya, después de todo.
Lucas fue el vicepresidente y también fue justo ya que ellos compartían el lecho y así de alguna manera podían mezclar el trabajo con sus vidas. Maggie fue la ministro de
cultura y Luisa la económica. Yo salí de secretario y desde el principio aborrecí mi trabajo pero desde otra perspectiva comprendía que alguien tenía que organizar todas las
ideas y ser el vocero del grupo.
La gran primera tarea fue resolver el problema de la infinitud de las cosas. Lucas sobresalió con una teoría sobre una piedra y la posibilidad de pensarla cada vez
más grande. Pero entonces sobrevino la idea de que no porque se piense inmensa, la piedra será infinita. Maggie alegó entonces que se necesitaba pensar la piedra infinitas veces inmensa y que así, tal vez, quedara resuelto el problema. Pero ¿cómo podíamos pensar la piedra infinitas veces si todos, menos yo, éramos finitos? ¿Cómo alcanzar la infinitud misma desde una perspectiva trunca por el tiempo? ¿Cómo llegar a concebir la disolución de los límites físicos? George dijo, con aquel pelo rubio y sus lumínicos ojos de cínico de posguerra, que el problema estaría resuelto si desde el mismo principio pensábamos la piedra infinita de por sí como una cualidad inherente a la piedra por sí misma. Hazte vampiro y chúpame el cuello, filósofo, dije yo y Lucas se molestó tanto que gritó que él nunca había visto a Skippy porque le jodía el humor australiano. A fin de cuentas, George era el presidente y a partir de ese momento nos levantábamos en las mañanas y luego de sentarnos alrededor de la mesa, contemplábamos aquella piedra hasta las doce de la noche. Y así fue, día tras día tras día tras día por tres meses.
Ya todos estábamos molestos y por ende, habíamos perdido el sentido de mirar la piedra todo el cabrón día.
Nadie recordaba el porqué del rito. Empezábamos a maldecirnos mutuamente hasta que de pronto, Maggie empezó a levitar y el cuarto se llenó de luces y de himnos.
Todos mirábamos como recorría la habitación. Parecía algo así como un ángel, una enviada de Dios para manifestar su total aprobación por lo que estábamos haciendo.
Y vamos, que ya lo he dicho anteriormente, soy ateo pero esa era la imagen que más violentaba mis sesos. Nos pusimos de rodillas y cantamos Amazing Grace que no es
una canción tan en onda pero tiene su encanto. Cuando terminamos de cantar, George buscó una escoba y se la alcanzó a Maggie para que quitara un poco de telas de
arañas del techo. No nos preocupábamos mucho por la limpieza ni el aseo personal. Así que la idea de la infinitud de las cosas, ya probada por Maggie y su magnífico vuelo,
se nos convirtió en la única forma de cuidarnos a nosotros mismos. íbamos a recibir la eternidad, íbamos a cambiar el mundo y no estábamos ni remotamente presentables.
No. No y mil veces no. Debíamos limpiar cada célula para estar listos.
El tiempo pasa, sencillamente pasaba sin nosotros percibirlo. Yo nunca he percibido el tiempo y la sola idea de minutos, horas y días me provoca una depresión tan pero tan terrible que para salir de ella tengo que mirar televisión. Afortunadamente no me pasa con mucha frecuencia y pude percibirlo por el hecho de que desde la última
vez que me pasó hasta ésta, ya había televisión en colores y pude ver que el llanero solitario no estaba anémico ni nada por el estilo. Bueno, el tiempo pasaba y ellos me
lo hacían notar. No jodan más con el tiempo, dije muchas veces y lo dije bien molesto pero ellos se cagaban de la risa porque pensaban que yo bromeaba. No fue hasta que
dije: “O dejan de joder o me los como a todos” que me dejaron tranquilo y más aún, me daban sicoterapias que me ayudaron bastante a controlar mis impulsos negativos. El
tiempo pasaba y ya no me importaba que me lo dijeran.
Creo que fue el 18 de marzo o el 19 cuando recibimos aquella carta de la cual sólo puedo recordar esta parte: “Visto que llevan viviendo en el país por más de tres años
y que ninguno de ustedes ha pagado los impuestos requeridos, nos vemos en la triste obligación de comunicarles de que si para la semana entrante no han cumplido con
los pagos adeudados, serán tratados como incumplidores de las justas leyes vigentes en nuestro territorio nacional.
Paguen con dinero o paguen con su tiempo y arrepentimiento. Recomendamos la primera. Una vez más, Dios salve América y los salve a ustedes de sus cárceles. Atentamente…” Y a continuación venía una firma ilegible acompañada
de un nombre impronunciable. Cuando la leímos, recuerdo que llovía y Maggie entonces empezó a llorar. O se salva el mundo o fumamos marihuana, dije con severo
tono y George me aconsejó el siguiente libro: “El arte de ser original”. ¿Cómo vamos a conseguir todo ese dinero?, preguntó Luisa y todos la miramos. Generalmente, cuando se pregunta algo, la respuesta se sabe y es a través de la pregunta que exteriorizamos la respuesta. ¡Joder, que prefiero dormir con una luchadora sumo antes de que pedirle el dinero a mi familia!, gritó Luisa y luego se levantó a preparar algo de café. Yo propuse matar a cinco o seis viejas millonarias. Esas viejas que tienen la casa llena de
cagadas de perros y gatos y a las que nadie quiere ni recordarán si un vampiro se atraviesa en su destino. George se enfureció con mi propuesta de tal manera que me metí
la lengua en el culo y no hablé en una semana. Un día luego del plazo señalado, tipos vistiendo negros uniformes irrumpieron en nuestra casa y esposaron a todo el mundo. Al cuarto día de encarcelamiento recibí mi deportación porque no se había encontrado ningún dato acerca de mi persona. Creo que la última vez que estuve preso fue el catorce de junio de mil setecientos ochenta y nueve y no considero que queden pruebas de mi detención. También debo aclarar que estaba algo molesto por mi injusta detención. Recién acababa de llegar a Francia porque María Antonieta no dejaba de escribirme aquellos melancólicos poemas y en cierta medida, deseaba quitármela de encima.
Siete días luego de la detención, embarqué hacia Australia. Y sí, no he tenido nada más que buenas memorias desde entonces. Aún pienso que podemos salvar este planeta de alguna extraña manera basándonos en la infinitud de las cosas. Algunas veces hablo por teléfono con George, Maggie, Lucas y Luisa y siempre suspiramos y no debiera decirlo pero ya lo he dicho todo y como ya lo he dicho todo, no me apena decir que lloro como un niño sin murciélago cada vez que hablamos. Casi no me queda nada por hacer en esta vida. Y no hay manuales para el vampiro suicida, o mejor dicho, vampiro y suicida son palabras antagónicas pero al mismo tiempo tienen sexo de vez en cuando. Algunas veces camino por Sydney en las noches y recuerdo todas las conversaciones con Maggie y Luisa. Recuerdo también como George besaba a Lucas delante de nosotros y luego se sonrojaban con ese europeo aire que a veces se volvía tormenta y nadie podía dormir en la casa. Otras veces las ventanas abiertas por miedo a que se descubrieran nuestros planes, me dejan enseñar mis colmillos e ir al dentista… Ustedes saben, por aquello de que no hay nada mejor escondido y toda la mierda que sigue. Pero siempre, siempre me queda la imagen de Maggie y Luisa cagándose de la risa por el vampiro católico. Por eso nada más ya el mundo estaba salvado. Por eso yo estaba salvado.
Y ahora estoy convencido de que cuando todos salgan de las tristes prisiones donde sobreviven con el mismo espíritu de siempre, entonces, salvaremos este jodido mundo. Mientras tanto fumo marihuana. Mientras tanto fumo marihuana y espero…