Gregorio despertó temprano. Se sentó en la cama.
Pensaba en el tiempo que llevaba sin mujeres. Mucho tiempo sin mujeres, pero a fin de cuentas no la pasaba mal. Se rascó la cara. Miró la habitación. Un estante con libros, un escaparate sin mucha ropa dentro, tres cucarachas copulando armoniosamente en el suelo. Otro estante con libros, un pequeño buró repleto de papeles inservibles que acabarían limpiando culos y un espejo de ciento veinte centímetros de largo por noventa de ancho curiosamente roto en la esquina derecha superior.
Se levantó y fue hasta el espejo. Mientras se miraba, preguntó mentalmente cuánto tiempo llevaba sin mujeres y pensó en Blanquita, la mulatona complaciente que se pasaba la vida ensayando el Kamasutra. Sonrió. Volvió a rascarse la cara. Los mosquitos se dieron banquete mientras dormía. Al cuarto le hacía falta un ventilador. El necesitaba un trabajo. La vagancia se había convertido en hábito. La vagancia y el pedir dinero prestado y no devolverlo se habían convertido en hábito; dos más que se sumaban a la interminable lista, luego de fumar, escuchar rock and roll, leer libros raros, de esos que nadie lee, y comentarlos luego y conocer gentes. Gregorio era especialista en eso de conocer gentes. Y la gente terminaba pagándole botellas de ron y confesándole sus intimidades. No importaba la idiosincrasia de nadie si estaba dispuesto a pagar una botella de ron. Entonces Gregorio aparecía y ponía cara de cura y la gente experimentaba esa sensación única de arrancarse los barrotes de lo secreto y empezaban a contar sus frustraciones y anhelos y el Goyo decía que este mundo estaba del carajo, que la vida era tremenda mierda y que si no quedaba más ron.
Gregorio seguía mirándose en el espejo. No soy tan feo, pensó. Si fuera blanco mi vida sería distinta, dijo en un suspiro. Después bostezó y siguió rascándose la cara. A veces le acomplejaba ser mulato. Su amigo Mario le decía que no podía sentirse inferior por el color de su piel, que decía Martí que hombre era más que mulato, más que negro, más que blanco… Pero siempre pensaba que Mario y Martí eran blancos y los blancos no pasaban el mismo trabajo que él en este mundo.
Tenía que estar siempre inventando métodos nuevos para subsistir. Él sí quería seguir viviendo. No pensaba como Mario, que se suicidó, valientemente, pero que dejó de existir y punto. Y Mario vivía bastante bien; vaya, bastante bien dentro de lo que cabe, pero quiso demostrar que no estaba de acuerdo con la corriente, que era un salmón luchando por llegar al mar y se quitó la vida y ya casi nadie se acuerda de Mario.
Gregorio recordaba a Mario, y cada vez que lo hacía tanteaba el collar de cuentas negras y rojas que colgaba de su cuello. Shangó, ayúdalo, solía decir en esos momentos. ¿Por qué el hombre sufre? ¿Por qué vivimos con tantos trabajos? ¿Por qué todo no acaba de pronto y ya? ¿Por qué somos tan poca mierda?, pensaba continuamente. Y lo estaba pensando justo ahora, frente al espejo, ¿Por qué, por qué?, y el mundo le parecía un lugar desolado, una jaula de zoológico superpoblada de guiñapos humanos haciendo guerras por conquistar el espacio ajeno. Si seguimos a este paso, dijo, no hará falta el infierno. Ya tenía una roncha prominente en la cara de tanto rascarse.
Notó en medio del rostro un barro nauseabundo. Lo exprimió hasta sacar todo el pus. Lo recogió con el dedo y lo olió. Era un olor interesante. Trazó una figura desconocida en el espejo, algo así como un ocho acostado. El pus empezó a secarse en el espejo y la figura se hacía mucho más nítida. Admiró su dibujo. Decía Mario que ese signo era lo infinito y lo infinito es lo que no acaba y el Ágape nunca acabará aunque continúen las guerras y los hombres sigan mintiendo, pero que el Ágape necesitaba manifestarse para que el mundo fuera un mejor lugar donde vivir y para eso estaban ellos, para enseñar el amor que devora; que cualquiera criticaba, destruía, pero que pocos construían verdaderamente, que cualquiera enunciaba los problemas del mundo y se paraba encima de ellos para las campañas políticas pero ese era incapaz de hacer algo por el bienestar ajeno porque sólo pensaba engrandecerse a sí mismo a costa de los errores humanos y decía muchas cosas más.
Pero a Gregorio eso de comprometerse le sonaba a letrina. Le gustaba escuchar a Mario que aparte de su amigo era su héroe, pero es muy difícil, dificilísimo mostrarle opciones a un mundo cómodo que no quiere salir de su inercia habitual. El Goyo volvió a pensar en el tiempo que llevaba sin mujeres. Fue entonces cuando una idea brillante intervino su cerebro cansado de treinta y cuatro años. Corrió hasta su buró y escribió en un papel:
El tiempo que pases sin mujeres escucha rock and roll y tu vida tendrá otro sentido. No la pasarás tan mal como has pensado.
A Mario.
¿Cuál es el valor del ser humano?
Mientras trazaba el último signo de interrogación se partió la punta del diminuto lápiz con que escribía. ¡Coño!, dijo ¡qué difícil es vivir en Cuba! (y miró a los lados).
Cuál es el valor del ser humano, se preguntó cuando ya estaba sentado nuevamente en la cama. El valor del ser humano es el que se pueda dar, convertible en oro circunstancialmente, se respondió y quedó satisfecho.
Todo lo que escribía lo dedicaba a su ídolo, el gran Mario, suicidado tiempo atrás. Ya había vendido todos los cuadros que le dejó en herencia. Pensaba que su amigo no podía enfadarse por eso. Además, estaba muerto y el muerto al hoyo y el vivo a beber ron. Y mientras pensaba en todo esto recibió la iluminación en una pregunta:
¿Qué día es hoy?
Gregorio despertó temprano el 26 de julio de 1998. Luego de mirarse en el espejo, rascarse la cara, sacarse un barro, dibujar con pus el signo de lo infinito, recordar a su amigo, preguntarse cuatro o cinco cosas trascendentales, escribir algo, etc., etc., se sentó en la cama nuevamente y volvió a dormirse. La vida no valía levantarse tan temprano. Además, ¿para qué?
Gregorio sufría un fortísimo dolor de cabeza.
Fe de erratas:
- En cualquier parte del cuento debería aparecer que Gregorio es hijo de Teodoro García Moreno (el del cuento de Eve), que guarda prisión por homicidio.
- En cualquier parte debería aparecer también cuándo y cómo.
- Gregorio empezó a pedir dinero prestado, pero ese dato es demasiado difícil de conseguir. Mucho tiempo sin mujeres, amistad sospechosa con Mario, la idealización de un personaje masculino, la aparición de Blanquita, podrá suscitar un análisis sicológico sobre la sexualidad del Goyo. El resultado seguramente no cambiará nada de su existencia.
- Desconocemos el sexo de las tres cucarachas.
- Omitimos la significación del 26 de julio. Todos sabemos que es el día de los abuelos.
- Si vivimos en un país donde la plena libertad de expresión está integramente garantizada ¿por qué Gregorio miró hacia los lados luego de quejarse por la punta de lápiz quebrada?
Debe ser paranoia gregoriana.
-Donde dice «tremenda mierda” pudiera aparecer otra expresión, siempre y cuando no cambie el sentido de la frase.
-Alguien podría esperar el suicidio espectacular del protagonista pero Gregorio sabe que va a morir. Y todo el que sabe que va a morir y sigue viviendo es un completo suicida.
Pero dejemos al Goyo dormir tranquilo. El sabe que este mundo, este cabrón mundo y este jodido país, especialmente, no son como debieran ser. Pero ¿qué más da? Es mejor dormir, que es como estar muerto, que hacer algo por cambiarlo. De todas formas son sólo el cabrón mundo y un jodido país. Nada más.
Gregorio está roncando.